lunes, 31 de octubre de 2016

LA UNIÓN FAMILIAR


La unión familiar



Las piedras de los cerros caen al lecho de los torrentes y allí rozándose entre sí, pulen sus aristas, se suavizan y se vuelven brillantes. La convivencia familiar nos ayuda a madurar y pulirnos. Es un taller donde se forma la personalidad y se arraigan virtudes fundamentales, como la paciencia, la humildad y la esperanza. Aprovéchalo.  

Un padre tenía siete hijos, que casi siempre estaban en desacuerdo. Algunos malvados pensaron aprovechar esta debilidad para apoderarse de la herencia al morir el viejo. Entonces el padre reunió a sus hijos, les mostró un atado de siete varas y les dijo: “Aquél que logra romper estos palos, recibirá la chacra en herencia.” Uno tras otro, usando todas las fuerzas, lo intentó inútilmente. Y dijeron: “¡Es imposible!”.  “Y sin embargo no hay nada más fácil”, replicó el padre. Desató las sogas, separó los palos, y sus gastadas fuerzas fueron suficientes para quebrarlos uno tras otro. “¡Claro!”, exclamaron los hijos, “así es fácil, ¡hasta un niño lo hace!” Pero el padre añadió: “Hijos míos, lo mismo sucederá con ustedes. Mientras estén unidos, nadie los podrá vencer”.

El amor que pide Jesús debe llevarte a evitar en tu familia las faltas de aceptación, incomprensiones, y malentendidos. El Señor te quiere ver bondadoso, pacífico, servicial… No es fácil, pero lo puedes, si lo pides cada día: “Señor, ayúdame a ser hoy comprensivo, compasivo y paciente en mi hogar”. Que tengas un día de buena convivencia.


* Enviado por el P. Natalio 

REFLEXIÓN SOBRE LA POBREZA


Reflexión sobre la pobreza
No hay pobreza más grande que la de aquel a quien le falta Dios. Al hombre que a Él tiene podrá derrumbársele el mundo pero permanecerá impasible porque sabe a Quién tiene a su lado, Quién es su compañía.


Por: Jorge Enrique Mújica, LC | Fuente: GAMA - Virtudes y valores 




¿Es la pobreza una virtud? Si así es, ¡cuántos miles de seres humanos vagan por el mundo viviéndola sin saberse virtuosos! No, no es esa pobreza la que hace, sin más, a las personas virtuosas. Y esta afirmación ¿no es ir contra de aquellas palabras del Maestro: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos” (Lc 6, 20)?


Escribir sobre la pobreza puede parecer como una falta de respeto a los pobres y pecar de doblez. Con qué facilidad nos quejamos de ella –pues hasta llegamos a pensar que la vivimos radicalmente– cuando para millones de hombres, mujer y niños nuestra “pobreza heroica” es el hecho normal de todos los días y de toda su vida. ¡Cuántas veces eso que nosotros tenemos por menos sería para ellos el mayor lujo! ¡Cuántas veces una jornada de pan y agua podría significar para nosotros la máxima austeridad mientras que para millones sería una especia de sueño con el que tendrían asegurada la existencia!

Sólo puede entender la virtud de la pobreza quien la ha abrazado voluntariamente y ha hecho suyas todas las radicales consecuencias que de ella se desprenden. Consecuencias que van más allá del mero desprendimiento material. Consecuencias que abarcan gustos, aficiones, deseos, lícitos quereres…

Jesús no canonizó la pobreza a secas. San Mateo especifica mejor la bienaventuranza evangélica de Jesús cuando dice: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3). La pobreza de que se habla nunca es un simple fenómeno material. La pobreza puramente material no salva, aun cuando sea cierto que los más perjudicados de este mundo pueden contar de un modo especial con la bondad de Dios. Pero la pobreza tampoco es una actitud espiritual.

Nos encontramos así con dos matices de pobreza: la material y la espiritual. Dentro de cada una de éstas hay dos tipos de pobrezas más, una mala y una buena.

La pobreza material negativa deshumaniza y debe ser combatida. Es la pobreza ante la que muchos preferimos no voltear, ante la que se calla, ante la que se enmudece cuando se mira de frente. ¡Cuántos se han hecho santos de Dios al entrar en contacto con ella! Sabemos que existe, conocemos en dónde, su rostro nos es del todo familiar… Pero hasta que uno no se pone en la realidad más absoluta del otro la pobreza se sigue mirando con indiferencia.

La pobreza material positiva libera y eleva; es el ideal evangélico que debemos cultivar. Es el querer vivir desprendido para que nada me ate y sea efectivamente libre. Y aquí entra el desapego de cosas, personas y pensamientos. No es minusvalorar ni una especie de frigidez del corazón, no. Es un ensanchamiento del mismo donde todos tienen recta cabida a partir de la jerarquía encabezada por Dios y del cual proviene el orden.

La pobreza espiritual negativa es ausencia de los bienes del espíritu y de los valores humanos: es la pobreza de los ricos. Nada más grotesco, nada más burdo que una pobreza de este tipo. La sensibilidad no existe, los valores y las virtudes se han extinguido; no hay amor, ni esperanza, ni fe; no hay un horizonte, la vida no importa, la existencia es oscura, el hombre -¿quién es?-, no han sido amados ni saben amar: Dios no existe.

La pobreza espiritual positiva está hecha de humildad y fe en Dios que son los frutos más bellos nacidos del árbol frondoso de la pobreza bíblica: es la riqueza de los pobres. Es la pobreza de los hombres que se saben pobres también en su interior, personan que aman, que aceptan con sencillez lo que Dios les da, y precisamente por eso viven en íntima conformidad con la esencia y la palabra de Dios.

***

No hay pobreza más grande que la de aquel a quien le falta Dios. Al hombre que a Él tiene podrá derrumbársele el mundo pero permanecerá impasible porque sabe a Quién tiene a su lado, Quién es su compañía.

MUERTES Y ESPERANZA CRISTIANA


Muerte y esperanza cristiana
La esperanza cristiana es la certeza que tenemos del cumplimiento de las promesas de Cristo.


Por: Laureano López, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores 




El hombre es un “ser para la muerte”, decía Martin Heidegger. Partiendo del presupuesto que en este mundo nadie tiene experiencia de su propia muerte, sino que sólo experimenta la muerte ajena, “del otro”, veamos “lo que dicen” los muertos para reflexionar después sobre lo que aporta la esperanza cristiana ante este “drama”. Y así, los difuntos en sus epitafios han dejado su última palabra. He aquí algunos de ellos:

“Como te ves, yo me vi. Como me ves, te verás. Piensa un poco y no pecarás”.

“Ay de aquel que nada espera más que el polvo sepulcral, pues roto el vaso mortal donde vive aprisionada, salva el alma o condenada, entra en la vida inmortal”.

“Revolucionario sin rencor”.

“Malditas las manos que roben mis flores”.

“No quiero, cuando me muera, nada con el otro mundo, quiero quedarme en la tierra. Quedarme sólo en la tierra sin paraíso ni infierno, ni purgatorio siquiera. Quedarme como se quedan, sobre el suelo humedecido del bosque, las hojas muertas”.

“Aquí la ambición termina, la tumba fría te espera con unas flores marchitas y el pijama de madera”.

“He cambiado de domicilio. Ahora habito en la Casa del Padre”.

“Gracias por su visita, perdonen que no me levante”.

“Estoy aquí en contra de mi voluntad”.

“Se vieron un momento aquí en el suelo, y sus restos unió la misma losa. Dios una así sus almas en el cielo, que es la última esperanza de consuelo, para quien pierde a par hijo y esposa”.

En unas pocas palabras quedan selladas distintas visiones del mundo, incomparables maneras de afrontar la vida y diversas actitudes al llegar a la muerte. En resumen, algunas reflejan vidas sin esperanza, otras sólo esperanzas meramente humanas y otras más una auténtica esperanza cristiana.

¿Qué es, entonces, la esperanza cristiana? “Es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (C.I.C.1817).

La esperanza cristiana se convierte así en una certeza, porque Cristo nos ha dicho con su vida que la muerte no tiene la última palabra, que sólo es la puerta que nos conduce a la eternidad. Cristo nos invita a creer en Él, a trabajar duramente para que nuestros actos sean gratos a los ojos de Dios y a confiar en su misericordia infinita con la que quiere acogernos en la morada celestial.

La esperanza cristiana se puede manifestar concretamente al visitar los cementerios en el día de muertos para rezar por los difuntos. Esto, además de ser un acto de misericordia con las almas de los difuntos, nos puede ayudar para acrecentar en nuestra alma la esperanza de poder llegar un día a la Casa del Padre.

Hay un proverbio latino que dice: qualis vita, finis ita. Ampliamente la podríamos traducir así: “como sea la vida, así será la muerte”. En los epitafios los muertos dejan sus últimas palabras, queda a los vivos esculpir durante su vida “epitafios de esperanza” y dejar al Dios misericordioso la Última Palabra.

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 31 DE OCTUBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Octubre 31



Dice la Biblia que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza; esta afirmación está henchida de significado.

Esa imagen y semejanza de Dios deberá existir en todas y cada una de nuestras acciones exteriores e interiores, de tal forma que Dios pueda reflejarse y contemplarse a sí mismo cuando se asome a la ventana de nuestro espíritu.

Cada acción del día de mañana deberá ser, pues, una semejanza de Dios.

En cada una de ellas deberemos poder hallar un destello de Dios por el que cuantos nos rodean puedan llegar a descubrirlo en nosotros.

Cada uno de nuestros actos deberá llevar un poco de la belleza de Dios, de la bondad de Dios, del amor de Dios.
Así, más que vivir nosotros en el día de mañana, será Dios el que vivirá en nosotros.

“Ahora te seguimos de todo corazón, te tememos y buscamos tu rostro. No nos cubras de vergüenza, trátanos según tu bondad y la abundancia de tu misericordia” (Dn 3,4-42). Nos conviene más fiarnos en la bondad de Dios que en la de las criaturas.


* P. Alfonso Milagro

FELIZ SEMANA!!!


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